miércoles, 21 de octubre de 2020

Don Amador Jiménez

Su nombre tal vez no signifique nada para Ud. Pero los que lo conocimos jamás podremos olvidarlo. Amador Jiménez fue el autodidacta práctico mas singular que he conocido, una tía suya le enseñó a leer y a escribir, y la primera vez que pisó una aula fue como maestro universitario, sí, fue uno de los maestros fundadores de la Escuela de Agronomía de la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, su materia era la de Maquinaria Agrícola, materia en la que fue experto por tantos y tantos años aplicados como mecánico y vendedor de los equipos que distribuía la famosísima ferretería Deuts Hermanos. En su primera clase lanzaba una pregunta que se hizo tradición entre las primeras generaciones de agrónomos y con esa voz potente, grabe y clara que asemejaba a un trueno dirigía el cuestionamiento en lo general: ¿Cuál es el tornillo de cualquier equipo al que hay que prestarle mayor atención?, sus alumnos opinaban haciendo gala de su conocimiento práctico, unos que el sinfín otros que el del cabezal otros que el de la dirección y así recorrían cuanto tornillo tenían memoria o imaginación de que pudiera existir y cuando nadie acertaba don Amador concluía : —El tornillo al que hay que prestarle mayor atención es el tornillo que se encuentre flojo— En una ocasión un Ingeniero intentaba arrancar un árbol seco, amarrando una fuerte cadena a la parte baja del tronco y tirando con un potente tractor y pidió su opinión a don Amador y este solo de ver el equipo le dijo —esa cadena no va a aguantar, se va a reventar en el primer tirón—. El Ingeniero que además contaba con varios postgrados le mostró sus cálculos matemáticos, donde consideraba la resistencia de materiales el caballaje del tractor, el tipo de terreno y hasta la velocidad del aire. Y don Amador insistió: —Ingeniero, usted sabe que yo de esas ecuaciones no entiendo nada, lo único que sé es que esa cadena no va soportar el jalón— El ingeniero seguro de sus conocimientos técnicos y teóricos procedió a la operación de arrancar de raíz el árbol seco, él mismo montó en el tractor, tras encadenar el árbol al tractor, fue tirando suavemente y cuando la cadena estaba tensa imprimió potencia al motor y como si fuera un cordel podrido, la cadena se rompió en dos partes ante el asombro e incredulidad del Ingeniero. Don Amador se había retirado del lugar antes de que se comenzara la maniobra, no quería ser objeto de la posible humillación que sentiría el erudito ingeniero. Don Amador conocía de víboras mejor que nadie, era inmune al veneno de estas, después de haber sido mordido por una coralillo que casi le mata a no ser por la intervención de un médico japonés, fue mordido después por una masacuata, conocida también como pichicuata o cuatro narices y el daño fue menor, cuando descubrió que el veneno de serpiente no le hacía mas daño, las utilizó como mascota protectora, cargando siempre con algunas en su auto durante sus largas jornadas cuando trabajó para Deuts Hermanos. Don Amador Jiménez tenía el curioso don de la radiestesia, esa extraña cualidad que algunos tienen para localizar metales o agua, en este caso don Amador podía localizar agua en el subsuelo y calculaba además la cantidad y profundidad a que se encontraba. No fueron pocos los alumnos que ya como Ingenieros Agrónomos solicitaban sus servicios para la localización de lugares donde se pudieran perforar posos o construir norias. En mi barrio, San Miguelito, lo recordamos como el señor siempre amable y atento de la voz potente que usaba siempre un saracof como sombrero. El auditorio de la Escuela de Agronomía tiene, merecidamente, su nombre: Amador Jiménez.

¿Por qué México se escribe con “X” y no con “J”?

 Tomado de MEXICO desconocido

¿Alguna vez te has preguntado por qué escribimos "México" y no "Méjico"? Conoce la historia detrás del nombre de nuestro país.

Es muy común que en las redes sociales surjan disputas entre mexicanos y otros hispanohablantes por la forma de escribir México. Para sorpresa y disgusto de muchos, según la Real Academia Española, escribir “Méjico” o “México” es correcto. Sin embargo, actualmente se desaconseja el uso de la jota.

 ¿Cómo empezó la discrepancia?

Dado al sonido de la palabra México lo más natural es que se escribiera “Méjico”. Sin embargo, esta forma de escribir el nombre de nuestro país tiene su origen en la raíz de la palabra y principalmente a cómo se escribía el castellano en el siglo XVI (siglo en que llegó Hernán Cortés).

 

Inicialmente tenemos que saber que el topónimo México proviene de la voz náhuatl “Méshico”. A su vez, Méshico quiere decir “lugar en el ombligo de la luna” (existen varias versiones). El vocablo “metzi” quiere decir luna, “xictli” significa centro u ombligo, y el sufijo “co” indica que se trata de un lugar. A su vez, los mexicas o aztecas fundaron en el lago de Texcoco (lago de la luna) la ciudad de México-Tenochtitlán y, posteriormente, su hermana gemela México-Tlatelolco.

La voz náhuatl para México actualmente se escucha “Méshico”, es decir, la “x” se pronunciaría como “sh”. Ahora bien, ¿por qué no se escribe con “sh”?

De acuerdo al filológo Juan Nadal, el español de antaño o castellano medieval existía el sonido fricativo prepalatal sordo que suena como “sh”. Posteriormente el rey Alfonso X de Castilla, mejor conocido “El Sabio”, instauró la Norma Alfonsí de la escritura en el siglo XIII. En ella se estableció que el “sh” debería escribirse con “x”.

¿Y qué paso con la “sh”?

Cuando llegaron los españoles adoptaron la palabra Méshico para escribirla bajo la Norma Alfonsí, con ello nació el topónimo “México”. Sin embargo, antes del siglo XVI el castellano había sufrido algunas mutaciones, entre ellas se estaba la pérdida del sonido fricativo prepalatal sordo o “sh”, mismo que terminó por desaparecer un siglo más tarde. Aún con ello, debido a su gran herencia prehispánica, en nuestro país aún es muy amplio su uso.

De forma simultánea en el castellano del siglo XVI existía el sonido fricativo velar sordo, mismo que suena como “j”. Cuando en el siglo XVII se dejó de pronunciar la “sh”, la “j” fungió como remplazo. Así nació finalmente la palabra Méjico, misma que comenzó una acalorada batalla contra México pronunciada con “j” o “g”.


México un vocablo que resistencia ante el colonialismo

En 1815 la RAE instauró la Ortografía de la Lengua Castellana, en ella se estableció la norma de que todas las palabras que se escribían con “x” y se pronunciaran con “j” tenían que escribirse con jota”. Sin embargo, en la Nueva España no fue bien recibida dicha instrucción, ya que para entonces había comenzado el movimiento independentista.

Como resultado, escribir el nombre de nuestro país con equis se transformó en un símbolo de resistencia y nacionalismo. Por su parte la Academia Mexicana de la Lengua jamás admitió el uso de la jota.

No fue hasta 1992 que la RAE aceptó que México puede escribirse con “x” o “j”. Finalmente en 2011 la RAE recomendó el uso de la “x”, aunque aún falta que reconozca que éste es su uso correcto. Así que ya sabes, escribir “Méjico” es correcto a nivel institucional, sin embargo no honra la historia de una palabra, de una nación.

sábado, 17 de octubre de 2020

La Leyenda de La Bruja guachichil o de Tlaxcalilla

Por: Jaime Nigó

Esta es, por decirlo así, la primera leyenda de nuestro terruño, y en caso contrario una de las primeras leyendas del Real de Minas del Potosí. los españoles fundan con los chichimeca-guachichiles, que vivían ahí la villa de San Miguel Mexquitic,

Fue en el año de Gracia de Dios de 1591, el 14 de marzo, en que el Virrey Luis de Velasco (hijo), ordena que 400 familias tlaxcaltecas fueran llevadas a la Gran Chichimeca para que colonizaran la región y además enseñaran a los indígenas locales a establecer pueblos permanentes, a cultivar la tierra, a elaborar cerámica, las técnicas textiles, etc.

Las minas del cerro de San Pedro del Potosí se descubrieron en marzo de 1592,

pero la falta de agua en el cerro de San Pedro imposibilitó los asentamientos. A corta distancia se encontraba el puesto de San Luis, habitado por guachichiles y tlaxcaltecas, donde abundaba el agua. Así ellos fueron mandados a poblar Tlaxcalilla. Para así fundarse el pueblo de San Luis Potosí, el 3 de noviembre de 1592.

Fue siete años después se dio el siguiente sucedido, se cuenta que una mujer de la que ni siquiera se registra su nombre. Pues no fue bautizada, simplemente se le llamó La Bruja guachichil.

Esta anciana indígena, fue la primer revolucionaria (fallida, como tantos, pero idealista) de estas tierras tuneras, una chamana que fue seguida a pesar de todo y le tuvieron miedo, respeto, que no necesitó nombre y que pasó su juventud mientras se conquistaba esta región de Aridoamérica. Tlaxcala como muchos recordarán estaba aliada con los invasores, siendo este sitio donde se llegaron a juzgar a muchos indígenas.

Fue una anciana, de las últimas orgullosamente guachichiles, orgullosamente pura, hija del viento, quien ante el sucumbir de algunos guerreros de su pueblo.

Resulta que un domingo, el 18 de julio para ser exactos, ni guachichiles ni tlaxcaltecas fueron a misa. Hábil oradora, la bruja los convenció de ir a la iglesia pero no para oír al sacerdote, sino para destruir las imágenes y los adornos. Luego, les dijo, deberían ir a San Luis a matar a los invasores españoles, prometiendo vida eterna a los que lo hicieran. Le creyeron por su fama de resucitar a los muertos y transformarse y transformar a sus enemigos en coyote o venado.

No le duró mucho el gusto, aunque atemorizó a los españoles de San Luis, el justicia mayor, algo así como el procurador de justicia, Don Gabriel Ortiz Fuenmayor, viajó a Tlaxcala inmediatamente, no puede sustraerse a hacer la señal de la cruz, aunque lo disimula como si se atusara el bigote, no vaya a ser…

Acusada de hechicería y de llamar a los indios a levantarse en armas, fue juzgada y ahorcada en el entonces pueblo de Tlaxcala allá por 1599. (hace 412 años,) que alguien piense que es supersticioso, ni lo quiera Dios, mientras recuerda la pintura de la Señora Santa Ana que pende en el muro norte del templo del pueblo: la misma mirada hueca de unas cataratas blancas que está a punto de curar para siempre. Se abrió paso entre los asombrados indios y de los cabellos se llevó presa a la bruja. Acusada de hechicería y de llamar a los indios a levantarse en armas, fue juzgada y ahorcada en el entonces pueblo de Tlaxcala allá por 1599. (hace 412 años)

El abogado defensor basó su discurso en que la anciana estaba borracha, pero hasta el esposo de la mujer comentó que se transformaba en nahual.

La condenada tamborilea uno contra otro sus índices y cordiales, en el ritmo de la trompeta. Parece rezar, pero quienes la conocen saben que eso es justo lo último que haría. Otra reclamación del ave hace caer en muchos sudor frío, más el rostro de ella se queda impávido ante el graznar, acostumbrada a otras voces que no comprenden los extranjeros o que ni siquiera podrían pronunciar. Su corazón sigue latiendo sin pedir permiso, sin desbocarse.

No puede hacer un hechizo para escapar, como la acusan, ni está borracha o ha comido peyote como habían dicho tratando de defenderla. No quiso comer en el poco tiempo que le dieron entre el juicio y la ejecución. Apenas le dio un breve trago a una jícara de mezcal con hojasén que le pasó Guaxcamá cuando dictaron la sentencia. El temor de los españoles pudo más, ese mismo día, el justicia mayor, Don Gabriel Ortiz de Fuenmayor, la juzgó y mandó su ahorcamiento apenas al amanecer del lunes 19 de julio de 1599.

Y en ayunas la habían traído a la horca, paso a paso, para que todos oyeran el delito que conocían de sobra, para escarmiento de la indiada, para consolidar con este desfile el nuevo orden de estas tierras.

Con don Gabriel vestido con telas de la Península y su pertrecho militar reluciente, al frente, flanqueado por dos guardias de casco guerrero y la vieja de pie en una carreta descubierta, con una manta gris y raída como único tapujo de sus cueros, custodiada por cuatro jinetes en cabalgaduras de diversos colores.

La vieja les gritó; Al dios de los blancos, recuerden, que lo mataron con un juicio igual de injusto, pero era su destino… Como el mío, tal vez. ..Ese Dios pidió perdonar a los que lo mataron, porque no sabían lo que hacían, pero para mi la ignorancia no es pretexto. Me dan lástima, coraje, ternura casi… Bola de agachones, espero que algún día se les quite.

No le importan los gritos que para lucirse le lanza con su voz más ronca Fray Diego Granados, crucifijo en alto —quien se imagina a sí mismo haciendo historia, como un ser que proyecta rayos de luz, digno de ser ilustración de algún libro sobre fe, instándole al arrepentimiento. Ni las cuatrocientas voces de la multitud de indios que en sus lenguas nativas

—Tarascos, Tlaxcaltecas, Otomíes, Pames, Guachichiles— claman por partes iguales que la cuelguen o que la liberen, y que a los blancos les parece un clamor hereje, una rumorosa ola sin significado que por sus efectos intimidantes hay que parar de golpe, una enfermedad que se debe cortar de tajo para la propia sobrevivencia de la ciudad fundada apenas siete años atrás, en 1592.

La ahorcaron en el camino entre San Luis y Tlaxcala. (no se sabe la ubicación exacta, pero usted se la puede imaginar). Aún cuentan que se transformaba en coyote para agenciarse comida, que hablaba con los árboles, plantas, animales, que podía levitar, pero su mayor poder era el de sus palabras y se han gestado mil leyendas alrededor de este personaje real, como consta en las actas del juicio.

Esta historia consta en el expediente del juicio con el que la juzgaron unas horas después, por hechicería y por matar a un indio, publicado en forma íntegra en el libro Documentos sobre el capitán y justicia mayor Gabriel Ortiz de Fuenmayor, de José Ignacio Urquiola Permisan, publicado por El Colegio de San Luis (2004). Se habla de apariciones, transformaciones, muertes sin motivo aparente, una vida mejor junto a La Laguna. Españoles, tarascos, guachichiles y tlaxcaltecas dan su versión y sólo ella parece creer en que todo era para bien y en la novela, “No morirán del todo”, sobre esta anciana indígena, sobre la primera revolucionaria.

Investigación y texto de Jaime Nigó

Dibujo de autor no conocido