miércoles, 21 de octubre de 2020
Don Amador Jiménez
¿Por qué México se escribe con “X” y no con “J”?
Tomado de MEXICO desconocido
¿Alguna vez te has preguntado por qué escribimos "México" y no "Méjico"? Conoce la historia detrás del nombre de nuestro país.
Es muy común que en las redes sociales surjan disputas entre mexicanos y otros hispanohablantes por la forma de escribir México. Para sorpresa y disgusto de muchos, según la Real Academia Española, escribir “Méjico” o “México” es correcto. Sin embargo, actualmente se desaconseja el uso de la jota.
Dado al sonido de la palabra México lo más natural es que se escribiera “Méjico”. Sin embargo, esta forma de escribir el nombre de nuestro país tiene su origen en la raíz de la palabra y principalmente a cómo se escribía el castellano en el siglo XVI (siglo en que llegó Hernán Cortés).
Inicialmente tenemos que saber que el topónimo México proviene de la voz náhuatl “Méshico”. A su vez, Méshico quiere decir “lugar en el ombligo de la luna” (existen varias versiones). El vocablo “metzi” quiere decir luna, “xictli” significa centro u ombligo, y el sufijo “co” indica que se trata de un lugar. A su vez, los mexicas o aztecas fundaron en el lago de Texcoco (lago de la luna) la ciudad de México-Tenochtitlán y, posteriormente, su hermana gemela México-Tlatelolco.
La voz náhuatl para México actualmente se escucha “Méshico”, es decir, la “x” se pronunciaría como “sh”. Ahora bien, ¿por qué no se escribe con “sh”?
De acuerdo al filológo Juan Nadal, el español de antaño o castellano medieval existía el sonido fricativo prepalatal sordo que suena como “sh”. Posteriormente el rey Alfonso X de Castilla, mejor conocido “El Sabio”, instauró la Norma Alfonsí de la escritura en el siglo XIII. En ella se estableció que el “sh” debería escribirse con “x”.
¿Y qué paso con la “sh”?
Cuando llegaron los españoles adoptaron la palabra Méshico para escribirla bajo la Norma Alfonsí, con ello nació el topónimo “México”. Sin embargo, antes del siglo XVI el castellano había sufrido algunas mutaciones, entre ellas se estaba la pérdida del sonido fricativo prepalatal sordo o “sh”, mismo que terminó por desaparecer un siglo más tarde. Aún con ello, debido a su gran herencia prehispánica, en nuestro país aún es muy amplio su uso.
De forma simultánea en el castellano del siglo XVI existía el sonido fricativo velar sordo, mismo que suena como “j”. Cuando en el siglo XVII se dejó de pronunciar la “sh”, la “j” fungió como remplazo. Así nació finalmente la palabra Méjico, misma que comenzó una acalorada batalla contra México pronunciada con “j” o “g”.
En 1815 la RAE instauró la Ortografía de la Lengua Castellana, en ella se estableció la norma de que todas las palabras que se escribían con “x” y se pronunciaran con “j” tenían que escribirse con jota”. Sin embargo, en la Nueva España no fue bien recibida dicha instrucción, ya que para entonces había comenzado el movimiento independentista.
Como resultado, escribir el nombre de nuestro país con equis se transformó en un símbolo de resistencia y nacionalismo. Por su parte la Academia Mexicana de la Lengua jamás admitió el uso de la jota.
No fue hasta 1992 que la RAE aceptó que México puede escribirse con “x” o “j”. Finalmente en 2011 la RAE recomendó el uso de la “x”, aunque aún falta que reconozca que éste es su uso correcto. Así que ya sabes, escribir “Méjico” es correcto a nivel institucional, sin embargo no honra la historia de una palabra, de una nación.
sábado, 17 de octubre de 2020
La Leyenda de La Bruja guachichil o de Tlaxcalilla
Por: Jaime Nigó
Esta es, por decirlo así, la primera leyenda de nuestro terruño, y en caso contrario una de las primeras leyendas del Real de Minas del Potosí. los españoles fundan con los chichimeca-guachichiles, que vivían ahí la villa de San Miguel Mexquitic,
Fue en el año de Gracia de Dios de 1591, el 14 de marzo, en que el
Virrey Luis de Velasco (hijo), ordena que 400 familias tlaxcaltecas fueran
llevadas a la Gran Chichimeca para que colonizaran la región y además enseñaran
a los indígenas locales a establecer pueblos permanentes, a cultivar la tierra,
a elaborar cerámica, las técnicas textiles, etc.
Las minas del cerro de San Pedro del Potosí se descubrieron en marzo
de 1592,
pero la falta de agua en el cerro de San Pedro imposibilitó los
asentamientos. A corta distancia se encontraba el puesto de San Luis, habitado
por guachichiles y tlaxcaltecas, donde abundaba el agua. Así ellos fueron mandados
a poblar Tlaxcalilla. Para así fundarse el pueblo de San Luis Potosí, el 3 de
noviembre de 1592.
Fue siete años después se dio el siguiente sucedido, se cuenta que una
mujer de la que ni siquiera se registra su nombre. Pues no fue bautizada,
simplemente se le llamó La Bruja guachichil.
Esta anciana indígena, fue la primer revolucionaria (fallida, como
tantos, pero idealista) de estas tierras tuneras, una chamana que fue seguida a
pesar de todo y le tuvieron miedo, respeto, que no necesitó nombre y que pasó
su juventud mientras se conquistaba esta región de Aridoamérica. Tlaxcala como
muchos recordarán estaba aliada con los invasores, siendo este sitio donde se
llegaron a juzgar a muchos indígenas.
Fue una anciana, de las últimas orgullosamente guachichiles,
orgullosamente pura, hija del viento, quien ante el sucumbir de algunos
guerreros de su pueblo.
Resulta que un domingo, el 18 de julio para ser exactos, ni
guachichiles ni tlaxcaltecas fueron a misa. Hábil oradora, la bruja los
convenció de ir a la iglesia pero no para oír al sacerdote, sino para destruir
las imágenes y los adornos. Luego, les dijo, deberían ir a San Luis a matar a
los invasores españoles, prometiendo vida eterna a los que lo hicieran. Le
creyeron por su fama de resucitar a los muertos y transformarse y transformar a
sus enemigos en coyote o venado.
No le duró mucho el gusto, aunque atemorizó a los españoles de San
Luis, el justicia mayor, algo así como el procurador de justicia, Don Gabriel
Ortiz Fuenmayor, viajó a Tlaxcala inmediatamente, no puede sustraerse a hacer
la señal de la cruz, aunque lo disimula como si se atusara el bigote, no vaya a
ser…
Acusada de hechicería y de llamar a los indios a levantarse en armas,
fue juzgada y ahorcada en el entonces pueblo de Tlaxcala allá por 1599. (hace
412 años,) que alguien piense que es supersticioso, ni lo quiera Dios, mientras
recuerda la pintura de la Señora Santa Ana que pende en el muro norte del
templo del pueblo: la misma mirada hueca de unas cataratas blancas que está a
punto de curar para siempre. Se abrió paso entre los asombrados indios y de los
cabellos se llevó presa a la bruja. Acusada de hechicería y de llamar a los
indios a levantarse en armas, fue juzgada y ahorcada en el entonces pueblo de
Tlaxcala allá por 1599. (hace 412 años)
El abogado defensor basó su discurso en que la anciana estaba
borracha, pero hasta el esposo de la mujer comentó que se transformaba en
nahual.
La condenada tamborilea uno contra otro sus índices y cordiales, en el
ritmo de la trompeta. Parece rezar, pero quienes la conocen saben que eso es
justo lo último que haría. Otra reclamación del ave hace caer en muchos sudor
frío, más el rostro de ella se queda impávido ante el graznar, acostumbrada a
otras voces que no comprenden los extranjeros o que ni siquiera podrían
pronunciar. Su corazón sigue latiendo sin pedir permiso, sin desbocarse.
No puede hacer un hechizo para escapar, como la acusan, ni está
borracha o ha comido peyote como habían dicho tratando de defenderla. No quiso
comer en el poco tiempo que le dieron entre el juicio y la ejecución. Apenas le
dio un breve trago a una jícara de mezcal con hojasén que le pasó Guaxcamá cuando
dictaron la sentencia. El temor de los españoles pudo más, ese mismo día, el
justicia mayor, Don Gabriel Ortiz de Fuenmayor, la juzgó y mandó su
ahorcamiento apenas al amanecer del lunes 19 de julio de 1599.
Y en ayunas la habían traído a la horca, paso a paso, para que todos
oyeran el delito que conocían de sobra, para escarmiento de la indiada, para
consolidar con este desfile el nuevo orden de estas tierras.
Con don Gabriel vestido con telas de la Península y su pertrecho
militar reluciente, al frente, flanqueado por dos guardias de casco guerrero y
la vieja de pie en una carreta descubierta, con una manta gris y raída como
único tapujo de sus cueros, custodiada por cuatro jinetes en cabalgaduras de
diversos colores.
La vieja les gritó; Al dios de los blancos, recuerden, que lo mataron
con un juicio igual de injusto, pero era su destino… Como el mío, tal vez.
..Ese Dios pidió perdonar a los que lo mataron, porque no sabían lo que hacían,
pero para mi la ignorancia no es pretexto. Me dan lástima, coraje, ternura
casi… Bola de agachones, espero que algún día se les quite.
No le importan los gritos que para lucirse le lanza con su voz más
ronca Fray Diego Granados, crucifijo en alto —quien se imagina a sí mismo
haciendo historia, como un ser que proyecta rayos de luz, digno de ser ilustración
de algún libro sobre fe, instándole al arrepentimiento. Ni las cuatrocientas
voces de la multitud de indios que en sus lenguas nativas
—Tarascos, Tlaxcaltecas, Otomíes, Pames, Guachichiles— claman por
partes iguales que la cuelguen o que la liberen, y que a los blancos les parece
un clamor hereje, una rumorosa ola sin significado que por sus efectos
intimidantes hay que parar de golpe, una enfermedad que se debe cortar de tajo
para la propia sobrevivencia de la ciudad fundada apenas siete años atrás, en
1592.
La ahorcaron en el camino entre San Luis y Tlaxcala. (no se sabe la
ubicación exacta, pero usted se la puede imaginar). Aún cuentan que se
transformaba en coyote para agenciarse comida, que hablaba con los árboles,
plantas, animales, que podía levitar, pero su mayor poder era el de sus
palabras y se han gestado mil leyendas alrededor de este personaje real, como
consta en las actas del juicio.
Esta historia consta en el expediente del juicio con el que la juzgaron unas horas después, por hechicería y por matar a un indio, publicado en forma íntegra en el libro Documentos sobre el capitán y justicia mayor Gabriel Ortiz de Fuenmayor, de José Ignacio Urquiola Permisan, publicado por El Colegio de San Luis (2004). Se habla de apariciones, transformaciones, muertes sin motivo aparente, una vida mejor junto a La Laguna. Españoles, tarascos, guachichiles y tlaxcaltecas dan su versión y sólo ella parece creer en que todo era para bien y en la novela, “No morirán del todo”, sobre esta anciana indígena, sobre la primera revolucionaria.
Investigación y texto de Jaime Nigó
Dibujo de autor no conocido