viernes, 22 de enero de 2010

…ganancia de pescadores


En la intersección que hacen las calles de Zaragoza con Pascual M. Hernández, del lado norte del jardín Colón o “Jardín de la Merced” como se conoció hasta fines del siglo XX por haberse encontrado en ese lugar el convento de los Mercedarios, se encuentra una tienda centenaria, “La Cubana” que merece un capítulo aparte. A finales del siglo XIX existía frente a La Cubana un prominente edificio comercial donde estaba la tienda de ultramarinos “La Constancia”, propiedad del español don Miguel Fernandez, un hombre venido a mas, apreciado por su trayectoria de trabajo honrado y por ser una persona afable, atento y servicial.
Pues sucede que una noche, por alguna razón desconocida estalló un incendio en su establecimiento que era de dos pisos, arriba hacía las veces de bodega, cosa inusual en esos tiempos en que la parte alta o posterior de esos establecimientos comerciales funcionaban como casa habitación, pero volviendo al incendio, este se comenzó a extender a tal grado de alcanzar los postes de energía eléctrica que en ese entonces eran de madera y en cuanto los cables dejaron de tener sostén paralelo provocaron un apagón entre chisporroteos y ruidos estruendosos, por fortuna esto alertó al vecindario y fue avisado de inmediato don Miguel, que desesperado corrió a su establecimiento pidiendo ayuda, informando además que en la bodega guardaba cuando menos 100 latas de alcohol que de estallar podrían terminar con toda la manzana, los policías alertaron a los vecinos que no habían despertado aún y los conminaron de evacuar sus domicilios, algunos sacaron cubetas con las que corrían a las fuentes y pozo del jardín para llevar agua al incendio e intentar sofocarlo, a alguien se le ocurrió echar mano de los presos del nuevo penal, casi al final de la calzada y a poco rato un grupo de 30 reos arribaban al lugar de la conflagración y por las azoteas colindantes sacaron las latas de alcohol, cajas de vinos y otros productos inflamables, en tanto la gente ya organizada habían formado una cadena humana, a través de la cual acarreaban el agua en baldes; cuando el incendio fue sofocado, la tienda estaba prácticamente en ruinas, el alba anunciaba un nuevo día y un fututo incierto para don Miguel, de los treinta reos que llevaron para sofocar el incendio no se veía uno solo, algunos se habían fugado y otros mas fueron encontrados al seguir un rastro de botellas vacías, tendidos sobre los prados del jardín y en algunas azoteas, durmiendo la borrachera que se pusieron a la salud de don Miguel con los vinos, jereces y finos coñacs de la bodega del comerciante.

Ref: Castro Prieto Luis Antonio, “Aquel San Luis de los años veinte”